Pedro González, director general de AEGE
La demanda eléctrica peninsular acumula varios años de caídas. La pandemia, la crisis de suministros y los efectos de la guerra de Ucrania han sido los detonantes de esta erosión en el consumo eléctrico. Como resultado, el consumidor se ha visto obligado a adoptar diversas medidas que llegan incluso a la reducción del consumo. Entender los impactos de estos hechos resulta de gran interés si queremos actuar de forma eficaz para impulsar de nuevo el crecimiento. En estos momentos, el consumo es el de hace 20 años, revertiendo la tendencia de crecimiento generalizado que se venía observando.
En primer lugar, la irrupción del autoconsumo ha reducido significativamente el consumo de la red, sustituyéndolo por la autoproducción. La madurez de la tecnología fotovoltaica y el incremento en los precios ha puesto en valor esta opción, y el consumidor ha respondido a la misma con la instalación de varios gigavatios de potencia en los últimos años. El escenario de precios altos también ha dado relevancia a las actuaciones en eficiencia energética. Siempre ha tenido sentido el ahorro energético, pero ante unos precios como los observados en los últimos años esta opción cobra aún mayor interés y los consumidores buscan alternativas para generar ahorros.
Pero, sin duda alguna, la caída del consumo eléctrico industrial explica la mayor parte de la bajada en el consumo. Tan sólo las empresas asociadas en AEGE son responsables del 31% de la caída de la demanda. Si añadimos al resto de las industrias electrointensivas esta cifra supera el 50%. La pérdida de competitividad industrial por el elevado coste energético ha reducido la actividad y, con ello, el consumo eléctrico. Un fenómeno generalizado en la UE como bien diagnostica el informe Draghi.
En un momento como el actual, con ambiciosos objetivos de electrificación para dar continuidad a la entrada masiva de tecnologías renovables eléctricas, el hueco térmico que es susceptible de descarbonización es cada vez más reducido. Esto puede poner en peligro los objetivos fijados a 2030 y podríamos encontrarnos en un escenario en el que, en poco tiempo, el sector eléctrico sea incapaz de mantener el ritmo de entrada de renovables observado ante la imposibilidad de sustituir la generación con gas natural, que seguirá siendo necesaria cuando las energías renovables no estén disponibles o cuando existan problemas en la gestión de las redes. Este año las energías sin emisiones del sistema eléctrico alcanzan el 82% de la generación, lo que indica claramente que el hueco para la descarbonización es cada vez menor.
Parece evidente, por tanto, que la solución para evitar esta potencial parálisis pasa inevitablemente por aumentar la demanda eléctrica. En la medida en que aumente la demanda seguirán siendo necesarias las tecnologías renovables y las inversiones en redes eléctricas, dando así continuidad al proceso de descarbonización a través de la electrificación.
Son varias las alternativas que se plantean para incrementar la demanda en los próximos años. Las soluciones de movilidad eléctrica y de climatización en los edificios están llamadas a ser protagonistas en este proceso, aunque, en el corto plazo, la demanda eléctrica industrial puede contribuir de forma decisiva a sostener el ritmo inversor. La razón es simple, hasta hace 5 años la industria tenía esta capacidad de consumo, y la sigue manteniendo. Pero, también puede crecer.
Ante la pregunta de cómo promover este crecimiento, la industria hace frente a tres retos. Por un lado, hace falta tecnología que permita sustituir el consumo de origen fósil por electricidad. Aquí los procesos industriales de altas temperaturas carecen por ahora de soluciones, pero se está realizando un importante esfuerzo en I+D+i que deberá ir ofreciendo progresivamente alternativas viables. Por otro lado, para una progresiva electrificación industrial hará falta capacidad de acceso y conexión a la red eléctrica. El sistema eléctrico debe facilitar este proceso y adaptarse a las necesidades industriales, de lo contrario se corre el riesgo de perder oportunidades de electrificación que ralentizarán la consecución de los objetivos de descarbonización. Y, por último, pero sin duda el aspecto más relevante, hace falta contar con un suministro eléctrico competitivo y estable. Es importante entender que difícilmente una industria puede acometer cambios en sus procesos industriales si el resultado final es un encarecimiento de sus costes de producción por una energía más cara. Esto conllevaría un empeoramiento de su capacidad competitiva y, como consecuencia, una reducción de su actividad.
Dentro de la factura eléctrica que paga un consumidor industrial encontramos que el 40% de la misma responde a cargos e impuestos. A pesar de que los consumidores electrointensivos reciben compensaciones, estas cantidades tan sólo rebajan al 30% este sobreprecio, lo que dificulta enormemente la competitividad frente a otros países de nuestro entorno y a otras regiones que no están tan expuestas a la crisis energética actual.
Abordar este trilema de la industria es uno de los retos que planteamos a futuro. Creemos con firmeza que una industria sostenible y competitiva será capaz de reforzar el proceso de descarbonización frente a regiones que incorporan en sus productos mucho más carbono que nosotros. Asimismo, la industria será capaz de contribuir al crecimiento económico y del empleo, y de promover nuestro liderazgo internacional. Además, en la medida en que nuestro país dispone de abundantes recursos renovables para llevar esto a cabo, la reindustrialización debería estar llamada a ser clave para que la electrificación avance con paso firme y generar así un círculo virtuoso de nuevas oportunidades industriales. Por todo ello, la apuesta que necesitamos es la de reindustrializar.